domingo, 9 de agosto de 2015

De la risa al duelo, un pelo





El pasado 28 de julio Benjamí Villoslada fue interrogado en el Juzgado de Instrucción Nº 13 de Barcelona. Quien amenazaba con grandes males si se le hacía pisar los Juzgados los ha pisado ya cinco veces, pese a lo cual servidor sigue vivo y de buen humor.

El vietcong atrincherado en Twitter salió una vez más de su agujero a rendir cuentas con la justicia. La rutina no hacía el trámite más soportable. Villoslada estaba visiblemente molesto con su creciente colección de imputaciones y por tener que defenderse ante el tercer Juez respecto a lo que considera su incuestionable "libertad". Pero a la fuerza ahorcan. Cuando las faldas de internet le quedaron cortas, se escondió en las de la toga de su letrado; al no cuadrarle ya el papel de caudillo de la red libre, haciendo de la necesidad virtud, asumió el de mártir de la red oprimida. 

Y hete aquí que, a sabiendas de que las normas de procedimiento no me permitían interrogarle ni contestarle (rechazó como de costumbre responder a mis preguntas), le escuché desgañitarse y patalear sin pudor alguno por las muchas molestias que ha tenido y tendrá todavía que sufrir debido a las causas por injurias y calumnias que se siguen contra él. Se diría que no reparó en que si él se sentaba como querellado y yo como querellante era porque el ordenamiento y los hechos me lo permiten. En su lugar prefirió recurrir a una ensayada cantinela y retratarse como víctima del acoso de un psicópata que "se divierte molestando cuanto más, mejor". 

Curiosamente, si hay alguien que ha confesado divertirse "molestando cuanto más, mejor" es el propio Villoslada, el cual, ante mi primer requerimiento en 2013 para que eliminase de su web Menéame enlaces presuntamente difamatorios publicados por sus empleados y colaboradores (Juan Pedro López Cabrera y David Arcos Sebastián), replicó que, con el único motivo de hostigarme a la vista de mi atrevimiento, él mismo divulgaría "también en Facebook, Twitter y LinkedIn" la web en la que se me vituperaba. Esto le alegraba sobremanera ("promete entretenimiento, será un placer") y en absoluto le daba que temer respecto a las querellas que pudiera acarrearle ("ya puestos, no viene de una").




No quedó ahí la cosa, y algo más tarde pidió también a sus miles de seguidores en Twitter que le emulasen para obtener asimismo su querella; lo que muchos hicieron, siendo en consecuencia la mayoría de ellos requeridos por mí y citándose a un grupo considerable de los mismos en sus respectivos partidos judiciales. 



Villoslada se refiere a esta cobarde estrategia de acoso anónimo en masa como al "Efecto Streisand" (que en realidad no es más que el viejo efecto Fuenteovejuna); o, cuando se pone poético y hace pinitos de gurú-ideólogo, como a "la fuerza de internet" ("Internet tiene fuerza. Nadie intentará hacer callar sin que se le vuelva en contra").




Con este programa de tintes anarcofascistas -escupir a quien te plazca y, en caso de queja, emplear la fuerza bruta que te da internet y tu rebaño de retuiteadores cuando eres el cofundador de Menéame- Villoslada pretendía intimidarme y, a la postre, hundirme. Topó con la persona equivocada; hoy se siente amargamente perseguido.


Lo más gracioso es que a Villoslada, que dice estar padeciendo este calvario por defender el derecho de todos a informar y expresar libremente su opinión, le escuece que exista un blog en el que se contextualicen los antecedentes de una querella (finalmente dos), contrarrestando de este modo el enorme poder de intoxicación que ejercen contra mí tanto él como Ricado Galli desde sus respectivas tribunas. ("¡Y ahora se vanagloriará en su blog!", espetó al Juez que iba a interrogarlo, mientras clavaba indignado su pupila en mi pupila.) Es la actitud propia de un redomado hipócrita.

En fin, según acertó a escribir Villoslada en tiempos más felices:



Al Juzgado, parece, se viene reído de internet.

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